Una vista de la Cinta Costanera, en los inicios de la competencia por construir el edifico más alto.
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Era una mañana cálida de algún enero. Los hilos de luz atravesaban el cristal de las ventanas de un avión Copa, anunciando la llegada al Aeropuerto de Tocumén, el bien llamado hub de las Américas, pues sus conexiones internacionales dejan bobo a todo latino acostumbrado a ver los aterrizajes en avioneta del Olaya Herrera. La ventana llamó a la curiosidad. El paisaje era diverso. El mar tenía un colorido verde, turbio y sospechoso, que destruía cualquier intención de pegarse un chapusón. La hilera de edificios hacían dudar de que se estaba en Panamá, siempre se tuvo la impresión del famoso Canal, pero nunca se pensó en encontrar tanta copia del Empire State, el marco era algo "hongkongudo" y la cara de impresión seguía presente.
El avión de Copa ya estaba de regreso. El pasajero se dirigía a su hotel cerca a la parte financiera. Su cuello seguro padecería de tortículis al intentar contar los pisos de los rascacielos circundantes. Llegó al lobby y realizó todo muy rápido para poder salir a conocer algo de la capital panameña. Descargó su equipaje y encontró en su habitación un directorio con los números de las boutiques de lujo del Centro Comercial cercano, pero al mirar el precio olvido esa cartera Chanel que le quería llevar a su mamá. " Quién da tanta plata por eso... ", reflexionó.
Animado por tanta construcción bonita compró un tiquete para ir al centro viejo y antes de montarse a la van turística observó su cara en un cristal que hacía parte de la estructura del edificio del frente. "Definitivamente estoy a gusto". Después de 40 minutos de camino entró al distrito histórico, la sonrisa de su rostro se fue desvaneciando al paso de cada cuadra. Los edificios no pasaban de cinco pisos, estaban despintados y lo único colorido que pudo encontrar fue las toallas de los lugareños colgadas en el marco de las ventanas. Parecía un lugar abandonado a causa de una guerra, pensó en ponerse un tapabocas pero nunca tuvo en sus archivos una bomba nuclear en Panamá, la ilusión de la ciudad moderna se convirtió de nuevo en utopía.
Lo irónico del sector es que justo en la cuadra de la playa, se encuentra el Palacio de las Garzas, hogar de la Presidencia de la República, un edificio de cinco pisos, con acabados barrocos y fachada blanca. Su nombre se debe al regalo hecho por el Gobierno francés al panameño por su liberación, Garzas con languidas patas y un plumaje denso y suave. El turista estaba posando con el Palacio a sus espaldas. Se estremeció porque un niño negro, algo desnutrido y sin camisa, pedía limosna a los compañeros del tour. El fotógrafo le llamó la atención pero le hizo caso omiso, la causa del grito era el pico de la Garza que le rosó su cara. Lo había lastimado. El turista se tocó con su manos y desempañó la vista después de un susto, sólo tenía un raspónsito en el pomulo izquierdo. Buscó al pequeño que pedía algo de comer, el muchacho estaba corriendo, no había sido una alusinación. El guía del tour lo había espantado para que no lo vieran los visitantes, estaba tratando de mantener la imagen de país moderno, pero fue inutil. Bastó con visitar la zona de Chorrillos para darse cuenta que por mucho edifició alto, Panamá seguía estando en América Latina y las condiciones sociales no podían faltar.
Los millones de dólares que entrán cada día por el paso de los barcos al Canal no son suficientes para una población de solo 3 millares de personas, para unos tantos seguirá siendo necesario limpiar el pescado de los residuos industriales de las embarcaciones y aguantarse el amargo sabor cuando se filtran a la carne. | |
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