lunes, 12 de septiembre de 2011

Oh Buenos Aires oh

Obelisco de Buenos Aires quieto como siempre, haciendo caso omiso al caos adyacente.

Juan siempre quiso conocer Argentina, desde pequeño esa bandera azul y blanca con un sol en la mitad estuvo presente en su mente. Una amiga del colegio se mudo por ocho meses a Buenos Aires para estudiar gastronomía, era la oportunidad perfecta para conocer la capital de su país de ensueño. Reunió algo de dinero y con ayuda de su madre compró el tiquete con anticipación, para lograr un buen precio y evitar cualquier improvisto de última hora. 

Se instaló en Buenos Aires y emprendió una calmada visita por sus atractivos. Estaba absorto por la belleza de la que era testigo. Comprendió la razón por la que se le llama la París de América pues las construcciones de las calles tenían detalles que nunca pensó encontrar en América Latina, la influencia europea era muy marcada y el placer de verla era exquisito. Visitó la Avenida nueve de julio en plena zona céntrica de la ciudad, los carros estaban por todas partes y el caos era evidente, pero él tenía el tiempo suficiente para esbozar una bonita sonrisa y posar con el Obelisco a sus espaldas. La famosa avenida es considerada por los porteños, gentilicio de los residentes en Buenos Aires,  como la más ancha del mundo, con 140 metros de espesor y el nombre que recuerda la fecha en que los argentinos obtuvieron la independencia.


El aire de tango se respiraba en el ambiente. Las tiendas de alfajores emitian un dulce aroma a chocolate derretido y el acento argentino ya era música para sus oídos. El Obelisco seguía allí, compartiendo su alegría, manteniéndose erguido como todo buen miembro y deseándole lo mejor en el resto de su estadía en Buenos Aires. Llegó la hora de conocer la Casa Rosada, un ejemplo de lo creativos que pueden llegar a ser nuestros gobernantes a la hora de poner un nombre. La Casa lo decepcionó un poco, no le encontró la belleza que de tanto se ufana y los árboles de la Plaza de Mayo le impedían ver con detenimiento los rigidos detalles. Caminó unas cuadras. Visitó Puerto Madero. Le encantó el paisaje urbano de los rascacielos que apreció en el fondo. El brillo de las ventanas, reflejo de tanto sol, le hicieron creer que se trataba de un espejismo; pero no, era la zona más moderna de Buenos Aires a solo dos cuadras de la Casa Presidencial. Todo un suceso en América Latina pues los mandatarios se concentran sólo en la manzana del sector histórico donde habitan y dejan que el resto se pudra con el paso de los años y el rose del smog. 


Comió una  carne semi asada en algún restaurante y emprendió su recorrido al sector de la Boca, barrio que anteriormente fue habitado por inmigrantes que nunca tuvieron dinero suficiente  para comprar un tarro de pintura entero, por lo que recibían las sobras de los cargamentos de barco y esto provocó un retaso de colores perfecto para la vista. Estaba contento, simuló bailar tango con la experta de la cuadra, posó con alegría a un buen número de fotos y casi olvida entrar al estadio de Boca Juniors, sino es porque el agente turístico le recuerda. El fútbol nunca ha sido su pasión. 


En el camino de regreso se dio cuenta que las madres de la Plaza de Mayo estaban protestando por la vida de sus hijos. La ciudad era sede de una cumbre de presidentes de la región y los policias colmaron su paciencia y la emprendieron contra ellas lanzandoles chorros de agua y golpeándolas con bolillos. Juan vio salir un tanque del Ministerio de Defensa, ubicado en Puerto Madero, y se preocupó inmediatamente por la vida de las señoras y por la conservación de todo lo bonito que observó en la tarde. " Qué hacer", pensó. " Tocará rezar por la vida de las señoras y mandar a pedir un condón extra grande para el Obelisco". Donde ese gigante blanco desfallesca, se disuelve la fama de buenos machos de los porteños, y ese es un daño que no se le puede hacer a la humanidad, o a los que disfrutan de las bondades de jugar con lo que el señor les dio. 

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