lunes, 12 de septiembre de 2011

Cálida Montevideo...



Fachada del Congreso uruguayo, con un cielo prestado perfecto para la foto.


Uruguay es un país pequeño, de apenas seis millones de habitantes y una extensión similar a Antioquia. Los uruguayos siempre estarán condenados a que los confundan con los argentinos, pues su acento es idéntico, así reclamen que la ese en las lenguas uruguayas es más fuerte. Pero este país le saca provecho a su condición de pequeño, es de las pocas naciones en el continente con una calidad de vida estable, tiene los índices de corrupción por el piso, lo cual es perfecto y su selección ha ganado la Copa del Mundo de fútbol en dos ocasiones, con apenas seis millones de compatriotas para escoger. 


Su capital es Montevideo. Un amigo siempre quiso conocer esta ciudad, dijo que desde pequeño había estado interesado por su cultura, por estar en el desfile de tambores en desorden, por bailar milonga con las experta de dientes amarillos en Plaza Zabala, por caminar entre sus calles estrellas con pavimento desgastado. Le llamaba mucho la atención el nombre, pues cuando lo escuchó por primera vez en su niñez, se imagino una montaña similar a la Paramount Pictures llena de cintas de Betamax. Cuando llegó a Montevideo se dio cuenta que de monte no tiene nada, y la posibilidad de encontrar videos estaba algo excasa, pues el DVD ya había invadido las tiendas de Block Buster. 

Lo primero que hizo cuando descargó las maletas en el closet de su hotel fue visitar la comentada Plaza de la Indepencia, donde se encuentra la sede del poder ejecutivo, cada poder tiene su plaza y lo más cómico es que la plaza más bonita no alberga ningún poder.  Caminó entonces por la plaza presidencial y se encontró con una casa de estilo republicano, que parecía una mansión sensilla de cualquier barrio refinado. Preguntó qué era y le dijeron que era el Palacio Estevez, antigua sede de la Presidencia de la República y donde aún se realizan actos protocolarios. Cuestionó entonces dónde era la actual sede y le señalaron un edificio de cristales de unos ocho pisos. El amigo parpadeo dos veces y evitó reirse por respeto a los uruguayos que gentilmente le estaban explicando. El Presidente vivía en un edificio simple, que se puede confundir con la sede de cualquier banco, y anteriormente vivía en una casa sin gracia, que estaba despintaba y se le contaban los cuartos desde afuera. Estaba hecho el mandatario. 


Decidió dejar Plaza de la Independencia y se encaminó a buscar el Palacio Legislativo, quería visitar la playa de Pocitos y broncearse un poco al frente de ese mar opaco de azul pálido simplón.  Llegó y le encantó verlo, se presentó con respeto y le hechó la venía a los congresistas que lo habitan, pues los políticos en Uruguay son de los pocos que manejan bien los dineros en el continente y eso se siente por la buena opinión que la gente tiene de ellos. Llegó a la portería, le dejó saludos al Presidente de la Cámara Alta y se puso pantaloneta fruncida para disfrutar de Pocitos. No fuera ser que ese cálido sol de Montevideo se opacara y le quedara debiendo la tan querida asoleada.

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